Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Arquitectura y urbanismo

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

No resulta posible proponer un tipo uniforme para la variedad de casas y edificios públicos ibéricos conocidos, pues se trata de un aspecto que ha sido poco tratado en las publicaciones, ya que la mayoría de las excavaciones realizadas en poblados y ciudades ibéricas han consistido en pequeños sondeos que pocas veces han permitido la observación de estructuras urbanas más o menos complejas.
La mayor parte de las casas ibéricas son de pequeño tamaño y no muchas habitaciones, aunque tampoco en este aspecto puede establecerse una norma fija. E. Llobregat realizó hace algunos años un estudio de las viviendas de La Bastida y de Covalta, y llegó a la conclusión de que la mayor parte de las casas constaba de dos departamentos, uno de los cuales contenía restos de ajuares metálicos, en tanto que en el otro predominaban los elementos cerámicos, asociados a piedras de molino, fusayolas y pesas de telar, y en los más grandes aparecía una mezcolanza de todo. Con base en ello, Llobregat propuso una primera división de la casa ibérica en un androceo o estancia destinada a los hombres, donde abundarían las piezas metálicas, y un gineceo, con predominio de las cerámicas y útiles domésticos, para uso femenino, aunque consideraba que éste pudo servir también como lugar de reposo y descanso y el androceo, a su vez, como almacén y establo.

Esta división de la casa en dos dependencias, aunque sin que se pueda establecer en otros poblados una organización tan clara como la propuesta por Llobregat, resulta muy abundante en todo el mundo ibérico; es frecuente que una de las habitaciones sea relativamente grande, contando con hogar, banco, etc., y que la otra sea más pequeña; la primera serviría de vivienda habitual y la segunda sería una dependencia de servicio, posiblemente un almacén. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el poblado de El Oral. Aquí existen bastantes casas de dos habitaciones, organizadas según acabamos de referir, pero en algunos casos este esquema se hace más complejo, como ocurre por ejemplo en la casa III G, que presenta una unidad central en forma de T, a cuyo brazo superior se abren dos habitaciones casi gemelas; una de sus esquinas se cerró posteriormente con un pequeño murete, delimitando así la dependencia de servicio o almacén, en tanto que el otro extremo debió cerrarse con una empalizada de la que no quedaron restos.

Las habitaciones principales se abrían hacia el brazo superior de la T, esto es, hacia el interior de la casa, y mostraban restos de pavimentos de adobe, hogares y bancos. En un momento posterior, a esta casa se incorporó un conjunto de habitaciones con hogar y almacén, de mayores dimensiones, en lo que antes debió ser espacio comunal, esto es, en la plaza del centro de la manzana. Existen también otras casas más amplias, con mayor número de habitaciones y plantas más complejas, que en ocasiones pueden llegar a contar con cinco o seis estancias, distribuidas en torno a un amplio espacio que bien podría tratarse de un patio; en la Bastida de Mogente llegan incluso a identificarse una docena de departamentos comunicados entre sí.

La mayor parte de estas casas están construidas con muros de adobe sobre un zócalo de piedra y presentan un revestimiento de arcilla encalada. Podían tener umbrales de entrada, hechos en piedra, arcilla o adobe, o en piedra revestida de arcilla, y en su interior existían hogares y bancos de diverso tipo, casi siempre de arcilla o de adobe, o bien de arcilla sobre una base de piedra; en ocasiones, los hogares podían tener capas intermedias de fragmentos cerámicos y pequeños guijarros, que tenían la finalidad de conservar el calor más allá de lo que lo haría la simple arcilla. Los vanos de las puertas podían estar reforzados por postes, que en ocasiones servían también para sostener la cubierta. Esta era de ramas, recubierta por una capa de arcilla, todo ello sobre un entramado de palos, de lo que han quedado algunos restos, sobre todo en forma de improntas de barro con huellas del ramaje. Por regla general, las viviendas eran de un solo piso, aunque tenemos constancia en algunos casos de la existencia de otro superior, como ocurre en El Palomar de Olite (Teruel) o El Puig de la Nao (Castellón); en este último caso, se accedía a él por medio de una escalera adosada a la fachada de la casa.

Además de las casas normales, en los últimos años se han comenzado a detectar en el mundo ibérico otras de las características especiales, que parece posible identificar con templos o edificios públicos. Desde hace muchos años se conocía la planta rectangular de un edificio de uno de los santuarios de Sierra Morena, edificio que se ha venido identificando, posiblemente con razón, con un templo, pese a que es muy poco lo que se conoce de él; este posible templo permaneció durante muchos años como un unicum en la arqueología ibérica, secundado sólo por un recinto también de planta cuadrangular situado en la parte más elevada de la ciudadela de Ullastret, que se suponía correspondía también a un templo. En este contexto, los descubrimientos de las excavaciones de la Isleta de Campello, en Alicante, resultaron del mayor interés, ya que sacaron a la luz un conjunto de edificios para los que Llobregat propuso una finalidad religiosa, al identificarlos como posibles templos. Uno de ellos, el templo B, es un recinto cuadrangular, al parecer descubierto, con una losa en su centro, en cuyas proximidades apareció un fragmento de un quemaperfumes de tipo oriental; podríamos encontramos, en este caso, ante un santuario hipetro, del tipo conocido como lugar abierto en el mundo oriental.

El otro edificio, llamado templo A, por el contrario, resulta una construcción de planta rectangular bastante compleja: a través de un vestíbulo que ocupa todo el ancho del edificio se accede al interior, que está distribuido en tres espacios longitudinales; el central es más ancho, y los laterales más estrechos y cortos, sin llegar a alcanzar la pared trasera del edificio; se produce de esta forma un ensanchamiento de la estancia central, que adopta forma de T, con el espacio del fondo partido de nuevo en dos por un murete perpendicular a la pared trasera y situado en el eje longitudinal de la construcción.

Casas de planta prácticamente idénticas están documentadas en Megido y Tell en Nasbeh, entre otros lugares del Próximo Oriente, en una fecha tan antigua como el siglo VII a. C. Este segundo edificio se encontraba ya parcialmente excavado desde las primeras décadas del siglo, lo que ha impedido completar su estudio y saber si se trataba realmente de un templo o, por el contrario, correspondía a un edificio público. Llobregat supuso que se trataba de un templo, y lo relacionó con tipos etruscos de tres naves, aunque, como ya hemos indicado, puede tratarse también de un tipo de casa existente en el Próximo Oriente desde siglos atrás, sin relación obligada con actividades de tipo religioso. Parece evidente, en cualquier caso, que se trata de una casa especial, que debió tener una finalidad importante, ya sea como templo, ya sea como edificio público. La cronología que propone su excavador, el siglo IV a. C., nos está indicando que en esta época los poblados ibéricos contaban ya con edificios de función específica. Y no parece éste el único caso; es seguro que lo fue también el gran edificio de adobe de Botorrita (Zaragoza), aunque de fecha más tardía y correspondiente al ámbito cultural celtibérico, que debió contar con un pórtico de columnas de arenisca, cuya monumentalidad parece indicar la existencia de una larga tradición de edificios monumentales. Y posiblemente sea también un edificio de este tipo el monumento de Zalamea, posiblemente el más antiguo de todos, que ha sido interpretado de forma diferente por los diversos autores: como un palacio-santuario (Maluquer), un altar de cenizas (Blanco) o un palacio propiamente dicho (Almagro).

De estos edificios son muy pocos los elementos decorativos que se conocen; sólo algunas muestras aisladas, como fragmentos de pilastras, capiteles, cimacios, fustes, etc. No puede decirse tampoco que todos ellos respondan a unos principios básicos generales; mientras que unos presentan acabados refinados, casi siempre con motivos geométricos más o menos complejos (roleos, espirales, lacerías, etc.), otros son de una simplicidad y rusticidad considerables; así, por ejemplo, la columna del Cortijo del Ahorcado, en Baeza, con un capitel cuadrangular, simple y esquemático, que más que un capitel parece en realidad un cimacio. Los pocos restos conservados nos impiden saber si estas diferencias responden a causas regionales, cronológicas o culturales, aunque es posible que todas ellas hayan sido responsables en parte. No sólo es en las ciudades y los poblados donde los iberos plasmaron sus ideas arquitectónicas. Como en todas las culturas antiguas, los iberos concedieron un papel muy destacado a la muerte y a todo lo con ella relacionado. Como más adelante veremos, los temas funerarios están muchas veces presentes en la escultura, en la cerámica, y en la orfebrería, y no es de extrañar, por tanto, que también la arquitectura tuviera una destacada vertiente funeraria; los iberos construyeron tumbas, cuya morfología y estructura variaba, lógicamente, en función de la categoría social y de las posibilidades económicas del difunto; se conocen desde los simples hoyos en el suelo hasta los grandes monumentos construidos según la más avanzada técnica arquitectónica.